De mí solo quedan ecos atrapados en barrancas de inmensa profundidad, vaya maldición es esta resonancia que no me deja desaparecer. Dejaré ir cuando el viento prometa dejarme ir al vapor, a unirme junto a lo no dicho, a reposar a un lugar de olvido. Y como un eco no deseo ya nada, nada más que la evanescencia. O por lo menos que mi último atido sea un eco que llegue a tus sueños.

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