Anoche me sorprendí a mí mismo rogando, entre susurros, tu regreso. Oculto tras un libro, mi más alta defensa, pidiendo quedamente. "Te quiero. Te quiero. Te quiero. No te vayas". Arruinó mi lectura, lancé el libro por la ventana y traté de dormir sin encontrar descanso. Ni siquiera la sombra y el ducle abrazo de la muerte puede traerme calma ahora.

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